Sudor.  Un día cualquiera recuperando entre serie y serie doblado sobre mi mismo con las manos en las rodillas, y sin más sonido que el jadeo de mi respiración, focalice mi atención en las numerosas gotas de sudor que recorrían mi frente y mis mejillas hasta asomarse al desfiladero de mi peluda barbilla, sin miedo a caer. Pero caían. Una tras otra. Como las gotas del deshielo. De una manera casi metódica, ordenada.  Pensé en una hucha imaginaria donde cada corredor va guardando todo su esfuerzo materializado en esas gotas de sudor.  Gota a gota. Serie a serie. Kilometro a kilometro. Una estúpida cuenta de ahorro donde se van acumulando gotas de sudor, pero sobre todo, todas nuestras esperanzas como corredores.

Porque todos, absolutamente todos sabemos que el día de la carrera, el día que abrimos esa hucha de hojalata imaginaria, cabe la posibilidad de que no encontremos absolutamente nada. Que todas esas gotas de nuestro preciado sudor se hayan evaporado de manera injusta. Un precioso tesoro que uno va amasando en su mochila de corredor donde a veces, no hay absolutamente nada. Aún no me ha pasado. Pero me pasara. No hace falta ser muy listo para darse cuenta. Hasta que eso suceda elegiré, elegiremos todos, seguir siendo esa hormiga que en verano guarda para hallar en invierno. En la mente del corredor no cabe otra manera. Para ser corredor de larga distancia quizás sea un requisito tener buenas piernas, pero sobre todo se requiere ser una persona optimista. El optimismo irreverente por bandera. Pensar que la hucha estará llena el gran día. Y mientras tanto seguiremos sudando, seguiremos ahorrando en nuestra hucha del sudor en una apuesta a medio-largo plazo que no siempre sale bien.  Y quizás eso sea lo adictivo…